viernes, 22 de diciembre de 2017

VIOLENCIA DE GÉNERO EN LAS SECTAS (III)


TESTIMONIO. EXPERIENCIA DE UNA MUJER CON LOS TESTIGOS DE JEHOVÁ.

Mi historia con los Testigos de Jehová comienza cuando estaba en trámites legales de separación matrimonial a causa de la embriaguez y los malos tratos de mi marido. Me cogieron en una época bastante baja de moral, una de las peores épocas de mi vida.
 
Fue por ese motivo que les abrí las puertas de mi casa, de mi corazón: porque me encontraba tan mal, que hablar de Dios me reconfortaba, y ellos –que están especialmente entrenados para este tipo de situaciones- supieron entrar en mi vulnerabilidad, meterse en mi problema y trastocar toda mi vida, constituyendo el tiempo que pasé con ellos una huella imborrable en mi carácter, en mi relación con familiares y amigos, en mi profesión; unos verdaderos tentáculos que se apoderaron de mí, de mi estado depresivo para captarme y desmoronarme más de lo que estaba, haciéndome un ser nulo en la sociedad y ante mí misma.

 
Al principio fue muy bien: esas amplias sonrisas de cuando entras en el Salón del Reino, esos besos de hermanas dándote la bienvenida, esos estrechamientos de manos de hermanos que te miran como a una hija, como a una futura hermana… Es lo que reconforta a todas las que como yo (que me consta han sido muchas) llegamos llenas de carencias emocionales. Llegas a creer que son gentes especiales.

 
Llegué a ser una testigo de Jehová ejemplar: “precursora” todo el año. No vivía más que para predicar y para condenar a todos los que no estuvieran cumpliendo los preceptos bíblicos.

 
Tuve que dejar a mis amigos de antes, porque, según los ancianos, eran todos mundanos y podrían ser mi perdición. Perdí amigos de años, verdaderos compañeros de trabajo, vecinos incondicionales, e incluso amigos de la infancia, de mi barrio. Eran simplemente personas normales, algunos hasta idealistas metidos en organizaciones de solidaridad con países del tercer mundo; quiero decir que eran padres y madres de familia como yo, trabajadores y honrados, pero había que dejarlos porque no pertenecían a la congregación, y no estaba bien visto que una testigo de Jehová se juntara con gente del mundo. Cambié a todas estas personas, las saqué de mi vida y las sustituí por mi nueva familia: los testigos cristianos de Jehová.

 
Mi nueva familia era ahora lo primero, y según me decían, por quien tendría que estar dispuesta a dar la vida en situaciones difíciles.

 
Mis padres y mis hermanos también eran considerados agentes de Satanás porque eran de otra religión y no estaban dispuestos a cambiarla por la mía. Les hice mucho sufrir, mis padres especialmente se sintieron muy ofendidos y abandonados debido a mi comportamiento fanático como testigo de Jehová.

 

Mi única familia de sangre eran mis tres hijas pequeñinas, pero eso sí, mientras eran pequeñitas, ya que si de mayores no elegían bautizarse como testigos, pues tampoco serían mi familia. Tendría entonces que tratarlas con mano dura para que se sintieran solas y volvieran al redil. Por lo tanto, a mis hijas también las metí en la secta, por el miedo que me daba el hecho de que llegara la destrucción de Dios y ellas tres no se salvaran.
 
Esta idea que ellos sembraron en mí caló muy hondo, así que comencé a llevarlas a predicar, a darles estudios bíblicos y a que aguantaran interminables reuniones semanales sentadas en una silla y sin moverse. Comprobé que era más la angustia lo que movía a que aprendieran y aceptaran la Biblia, la angustia de que no fueran destruidas, y no la libertad de enseñanza, no el darles la oportunidad de que aprendieran para que ellas de mayores eligieran el lugar, las ideas que las harían felices.

 

En el Salón del Reino todos los niños pequeños deben estar sin hacer el mínimo ruido, el niño que habla fuerte o se porta mal lo llevan a un cuartito y los propios padres les pegan o los castigan duramente. Más tarde me enteré de que había críos mayores que se orinaban por las noches en la cama y padecían depresiones infantiles. No es de extrañar esta respuesta del cuerpo y de la mente de los niños cuando desde pequeñitos se les viste como a viejos: corbatas, chaquetas… y además se les exige un comportamiento que no es propio de su edad.
 
A veces los ancianos me llamaban la atención porque mis dos hijas mayores se quedaban dormidas durante el estudio de la Atalaya. Me decían que tenía que hacerlas interesarse por las reuniones. Muchas fueron las riñas que tuve con ellas por este motivo, llegando incluso a darles en la cabeza cada vez que se les cerraban los ojos. Esto más tarde vi que lo hacían también los nuevos que llegaban con sus hijos.

 
El Salón del Reino es tan sagrado, que hasta los niños han de comportarse como auténticos mayores, siendo alabados los padres de los niños que así se comportan. Normalmente son niños a los que se les roba lo mejor de la infancia, y que de mayores aguantan dentro de la congregación por no disgustar a sus padres; y otra gran parte acaba marchándose, pero llenos de culpas y de pesos impuestos.


testigos-de-jehova y abusos-a-menores

compensación a una niña que sufrió abusos