viernes, 19 de julio de 2019

EMISARIOS DE LA LUZ DIVINA.


Emisarios de la Luz Divina. Testimonio personal

Yo estaba muy interesada en el existencialismo, por lo que toda la escena me resultaba bastante atractiva. En esta fase no nos dijeron que la organización se llamaba “Emisarios de la Luz Divina”. La organización tenía algo parecido a un grupo pionero al que sus miembros se referían como el Instituto Universal de Ontología Aplicada, y que sonaba como algo muy académico y filosófico. 

Nos quedamos con este grupo durante un tiempo y pasaron varios meses, incluso un año, antes de que oyésemos hablar de la Sociedad de los Emisarios e incluso más hasta que conocimos a los Emisarios de la Luz Divina. Una vez más, el proceso de captación y de adoctrinamiento para entrar en el grupo resultó gradual.

Mi participación en el grupo continuó a lo largo de mis años de universidad. El verano después del primer año de universidad fui a un mes entero de clases en el interior del estado de Nueva York. 

Fue entonces cuando realmente empezó el adoctrinamiento. El curso incluía los ocho puntos de la reforma del pensamiento que recoge Lifton. Estábamos aislados. Teníamos cuatro horas de clases todos los días. La dinámica del grupo era muy fuerte, ya que la mitad de quienes asistíamos a clase eran ya miembros del grupo.  

Hacíamos todas las comidas juntos. Por la tarde seguíamos lo que se denominaba “patrón de trabajo”. A continuación, después de la cena, teníamos más clases o un montón de deberes. Se suponía que no debíamos ponernos en contacto con la familia. No era una orden absoluta, sólo una sugerencia persistente. Al haber sólo un teléfono en la propiedad, era difícil mantener el contacto con el exterior. No teníamos televisores, no teníamos acceso a escuchar las noticias ni ningún programa. El control del medio y el adoctrinamiento eran realizados a conciencia durante aquellas clases. 

Inicialmente no nos habían explicado que el grupo tuviera nada que ver con la religión, y sin embargo nuestras clases eran claramente sobre cuestiones espirituales, incluían el estudio de la Biblia. Esta mezcla de teología del grupo y de enseñanza bíblica causaba confusión, pero también daba atractivo al programa. 

A la mayoría les convencieron de que no era necesario acabar la universidad. Hoy por hoy creo que en parte el motivo de que el grupo me permitiera acabar e incluso me animara a ello era que me licenciaba en educación y eso les resultaría útil para la escuela que querían abrir. 

Acabé la carrera. Me quedé en la sede del interior del estado de Nueva York para continuar preparando nuevos reclutas. Allí viví cinco años, tiempo durante el cual conocí a otro miembro de los Emisarios. 

Debido a que el grupo no quería inicialmente aprobar nuestra relación, él tardó un año en convencerlos de que la aceptaran. Finalmente, decidieron que tendrían que bendecirla, de forma que fingieron que la idea había sido de ellos y nos casamos.

Ahora que miro hacia atrás, me doy cuenta de que, afortunadamente, el hombre con el que me casé era un agitador, incluso en el contexto del grupo. Estaba tan profundamente adoctrinado como yo misma o cualquiera de nosotros, pero él forzaba los límites un poco más que los demás.

Unos seis meses después de nuestra boda decidió que esa parte del grupo se estaba corrompiendo y que realmente necesitábamos cambiar a otra parte del grupo.

Era ya entonces 1979. nos fuimos seis semanas a Manhattan para ganar dinero que nos permitiera trasladarnos a Colorado. El grupo no nos había dado permiso para ir a la Ciudad de Nueva York, y yo estaba muy confusa porque íbamos contra la jerarquía y me parecía que el resultado es que habíamos perdido la gracia de Dios. Me aterrorizaba la idea de resultar fulminada en cualquier momento, pero seguí apoyando a mi marido. Fuimos a Nueva York y ganamos el dinero necesario para ir a Loveland, Colorado (la sede internacional de los Emisarios de la Luz Divina) y asistir a otro curso, creyendo que con eso nos redimiríamos y limpiaríamos nuestra experiencia en el grupo para hacer que todo volviera a ser santo. Por si mismo, ese viaje a Nueva York fue un choque cultural; y cuando miro atrás me doy cuenta de que también fue importante como primer paso de lo que luego sería nuestro abandono del grupo.

Durante unos cuantos meses vivimos en el Sunrise Ranch, pero después el grupo nos trasladó a un pequeño centro en Colorado Springs, lo que era una degradación. Habíamos estado en el gran centro de Nueva York, donde éramos nosotros quienes preparábamos a los demás, y ahora nos empujaban hacia la zona más periférica del grupo. Estuvimos en Colorado Springs sólo seis meses, y después nos trasladamos a Glenwood Springs con otra pareja que también habían sido en cierta forma agitadores. Los cuatro pensamos que podríamos iniciar un nuevo Centro de Emisarios y así redimirnos y recuperar el favor del grupo. Ahora puedo decir que afortunadamente fracasamos. Era 1980 y todavía pasarían cuatro años antes de que mi marido y yo dejáramos el grupo.

Veo nuestro matrimonio como el principio de nuestro proceso de abandono del grupo porque mi marido estaba muy dispuesto a cuestionarlo todo, incluso dentro del contexto del grupo y del control mental. Mientras estábamos en Glenwood intentando iniciar un grupo recibimos muy poco apoyo. Finalmente empezó a resultar obvio que nuestras energías, nuestro dinero y nuestros esfuerzos se iban hacia la cúpula de la jerarquía del grupo y nada reincidía en nosotros.

Así pues, mi marido decidió no tener nada que ver con ese grupo, en parte por cuestiones financieras. No podía permitirse conducir cada fin de semana de Glenwood a Loveland. Entonces estuvo sin trabajo durante un tiempo, lo que resultó terrible para él, pero a la vez le dejó mucho tiempo para pensar. Interiormente estaba empezando a creer que nuestra participación en ese grupo no era algo saludable, aunque a mí no me lo dijo. También tenía un montón de síntomas físicos de enfermedad y le aterrorizaba la idea de que tenía cáncer. Mirado desde ahora creo que sus síntomas eran una reacción fóbica a nuestra salida del grupo, a nuestra partida.

Mi marido tenía tantos síntomas físicos que fue al médico. Éste no pudo diagnosticar nada. Mi esposo seguía teniendo síntomas, de forma que el médico le sugirió amablemente que acudiera a un psicoterapeuta. Estaba tan desesperado que le hizo caso y buscó a un psicoterapeuta. Casualmente la psicoterapeuta con la que entró en contacto había estado en un taller de fin de semana sobre las sectas, de forma que tenía algo de información, lo cual no suele ser muy frecuente, como sabemos la mayoría de nosotros. Así pues, tuvimos suerte.

Nancy Miquelon, Moments of Grace, Cultic Studies Journal, 1998.